Bas Jan Ader




Leyenda de la caída
Bruce Hainley



(Artforum, Marzo 1999)



El artista está llorando y demasiado triste como para contarle a alguien porqué. Una postal con la nota fechada – “Sept. 13 1970. I’m too sad to tell you.”—nos muestra a Bas Jan Ader destrozado por el llanto. Cualesquier cosa que haya ocasionado que fluyeran las lágrimas (el artista nunca declaró públicamente el motivo) está de más. Y no obstante, Ader representó su tristeza privada, la reescenificó y fotografió para enviársela por correo a otros. Mientras que su pieza mantiene una tristeza “real,” mantiene vital el artificio y el melodrama inherente en haberse colocado ante su propia cámara mientras lloraba. Casi toda la obra de Ader pulsa con una crisis de algún grado de intensidad personal. Su sinceridad es sincera –hasta que no sólo es sincera. Ciertamente existen conexiones entre la triste nota de la postal y las cualidades ominosas y puramente teatrales de algunos de sus trabajos previos, simples textos impresos en la pared (“Please don’t leave me”; “Thoughts unsaid then forgotten”) y sus títulos, cuidadosamente escogidos, como Farewell to Faraway Friends, una fotografía de Ader en solitario parado en la costa, enmarcado por el sol poniente en el horizonte –una foto cuya sinceridad es contrapuesta juguetonamente por los colores kitsch y turísticos de las “puestas de sol.” Para verlo de otra manera, consideren esto por un momento: si yo les dijera que durante el mes que he estado pensando en Ader lloré varias veces, y que estoy llorando en estos momentos, ¿te lo creerías?


Quizá es más fácil admirar a un artista conceptual muerto que uno vivo, pero eso no explica el culto intenso de seguidores de Ader y su obra, particularmente en el sur de California. Hay una lógica de sueño que considera que Charles Ray navega su velero en parte debido a Ader. Christopher Williams a rendido un acogedor tributo al artista, con “Bouquet for Bas Jan Ader y Christopher D’Arcangelo, 1991.” La poética rigurosa de Ader puede sentirse en las excelentes exploraciones que Martin Kersel ha hecho de la gravedad, la atracción y la repulsión. La artista Collier Schorr ha escrito lúcida y amorosamente acerca de él. Incluso artistas más jóvenes reconocen el poder silencioso de Ader. Jennifer Bornstein, cuyas fotografías y películas, complejamente simples y misteriosamente precisas, nos recuerdan lo mejor de los talentos de Ader, me dijo: “Su temática es tan banal, pero el hecho de que lo hace de todas formas y cómo eso se transforma en la ejecución sigue sorprendiéndome. ¿Es manipulado o real? Traza una línea muy delgada.”



La oscuridad de Ader, por lo menos en parte, se debe a que murió joven, a la edad de treinta y siete, mientras que emprendía la segunda parte de una obra propuesta para tres partes, “In Search of the Miraculous.” La primera parte consistió en fotografías fijas de Ader oscuramente vagando por las carreteras, callejones, colinas y línea costera de Los Ángeles por las noches con una linterna. Cada marco del ambulantaje nocturno contiene el verso de una canción de los Coasters, de 1957, “Searchin’”, escrita con la mano de Ader. Cuando esta parte inicial fue exhibida, Ader presentó un boletín hecho con el espacio alternativo danés Art & Project y tuvo a un coro cantando canciones marítimas –en parte como una manera de anunciar el viaje inminente que conformaría la siguiente fase de la pieza: un intento por navegar de Cape Cod, Massachusetts a Falmouth, Inglaterra, en un velero de trece pies, viaje que proyectó duraría alrededor de sesenta días. Planeó documentar todo el viaje. Ader emprendió el viaje el 9 de julio, 1975; tres semanas transcurridas, y el contacto por radio falló. Su hermano, Erik, reportó lo siguiente: “Alrededor del 10 de abril [1976] un barco pesquero español encontró su barco como a unas 150 millas náuticas al oriente del sur oriente de Irlanda. Se había volcado dos terceras partes, la proa apuntando hacia abajo. A juzgar por el grado de averío, parecía como que el bote había estado a la deriva en esa posición como por seis meses.”



Durante la época en que emprendió este viaje, Ader impartía clases en la Universidad de California, en Irvine. Debido a la naturaleza dual y engañosa de sus exploraciones (¿en verdad está llorando?, ¿en realidad está triste?), muchos de sus estudiantes pensaron que su desaparición en el mar fue escenificada. En su introducción al catálogo que acompañaba la recién montada exhibición en Irvine, la primera retrospectiva del artista en Estados Unidos, el curador Brad Spence relata que cuando el locker de Ader, localizado en la facultad, fue abierto, contenía “una copia del libro The Strange Last Voyage of Donald Crowhurst…En esa época, este texto parecía ofrecer una posible clave en torno a la desaparición de Ader, ya que nos ofrece un recuento, no ficticio, de los intentos del marinero por fingir un viaje solitario y sin paradas alrededor del mundo y su posterior pérdida de la razón y de la vida en el mar.”



Un hombre se sienta en una silla, enseguida de una mesa pequeña con una lámpara, un vaso con agua y una copia del Reader’s Digest. Comienza a leer una historia sobre un chico que sobrevivió una caída en las cataratas del Niágara en un bote pequeño, acentuando cada línea de la historia con un sorbo de agua. Cuando la historia se concluye, el vaso está vacío, y el hombre se levanta para salir.



Ader presentó “The boy who fell over Niagara Falls” en 1972 en el espacio Art & Project; luego, la utilería fue reducida al Reader’s Digest en el Kabinett fur Aktuelle Kunst en Bremerhaven (fotos documentales muestran a Ader sentado enseguida de una mesa moderna y archiveros de galería). “The boy who fell over Niagara Falls” contiene la mayor parte de lo que se había identificado como la obra madura de Ader, especialmente su uso ingenioso de la metáfora simplificada (los sorbos de agua contienen la catarata en el vaso; la sugerencia de las aguas cayendo recapitula las metidas de pata que forman un buen número de los mejores proyectos de Ader, así como las lágrimas que lloró, y el océano en el que se ahogó). Los gestos de Ader en torno al riesgo mortal y el fracaso inherente en cualquier búsqueda por lo milagroso o la experiencia de lo sublime: así como el niño pudo no haber sobrevivido las fuerzas del Niágara, así el vaso de agua contiene la posibilidad íntima de ahogarse.



Tanto Collier Schor y Jan Tumlir, en su ensayo del catálogo para la retrospectiva, se han enfocado en la repetición que hace Ader de varios gestos y acciones. Además de su performance, The boy who fell over the Niagara Falls, existe una serie de obras fotográficas; “I’m Too Sad” comenzó como un grupo de ideas en uno de los cuadernos de Ader: “Cortometraje estoy demasiado triste para contártelo tomas té tristemente y comienzas a llorar//Postal de mí llorando tristemente. Al reverso: ‘I’m too sad to tell you’//El espacio entre nosotros llena mi corazón de un dolor intolerable//Los pensamientos de nuestras muertes separadas e inevitables llena mi corazón de un dolor intolerable.” Luego hizo una fotografía, una película, y la edición de postales. Quizás más que repetición, Ader estaba explorando la interrogante de cómo documentar –en lenguaje y/o visualmente—cualquier performance o acción. Es como si estuviera investigando la ontología y epistemología de la entonces naciente fascinación con el performance y su documentación, con una profundidad que eludía a cualquier otro artista conceptual. Las preocupaciones de Ader podían reiterarse, entre sus obras, como en el video “Primary Time, 1974,” reformula a “Untitled (Flower Work), 1974,” una serie fotográfica en las cuales Ader, vestido con camisa y pantalones negros, se coloca ante un bouquet de flores, colores rojo, amarillo y azul; en la imagen final de cada una de las tres hileras de fotos, el bouquet, cuidadosamente reacomodado, se compone sólo de flores rojas, luego flores amarillas, luego azules. Mientras estas piezas, cercanamente relacionadas, reflejan la pieza del artista, titulada “On the Road to a new Neo Plasticism, Westkapelle, Holland, 1971,” una meditación chusca sobre Mondrian y De Stijl, los trabajos con las flores se expanden para florecer con recuerdos de la tierra natal de Ader, estereotipado (coherentemente) con las nociones americanas de lo danés: El bouquet, aunque resueltamente no de tulipanes, nos recuerda sus brillantes rojos y amarillos así como la inatención que permite estereotipar.



Nacido en los Países Bajos en 1942, Ader pasó la mayor parte de su vida adulta en Estados Unidos, en los alrededores de Los Ángeles, aunque regresó a Holanda para muchas exhibiciones importantes. Estudió en el Otis College of Art and Design, donde conoció a su futura esposa, Mary Sue Andersen, y recibió un MFA en el Claremont Graduate School. Hizo trabajo de postgrado en filosofía en Claremont antes de comenzar a dar clases de arte en Mount San Antonio College. Pero no obstante todo su pedigrí educativo y filosófico, no hay nada académico en su trabajo, y la agudeza del conceptualismo de Ader es muchas veces el resultado de su implacable y humorística exploración de las consecuencias metafóricas, cómicas y performativas de un solo movimiento: Casi toda su obra mayor hace uso de la presunción, aun cuando no sea el tema central. En la simple y bella pieza de su primer periodo, “Light vulnerable objects threatened by eight cement bricks, 1970,” unos bloques de cemento son suspendidos por largas cuerdas encima de “objetos ligeros y vulnerables” –un bouquet de flores en un florero, almohadas, huevos, focos, un pastel de cumpleaños—hasta que Ader corta la cuerda; terminado el suspenso y la tensión, el bloque cae para aplastar el objeto debajo. Un breve filme en el cual Ader destroza un grupo de focos iluminados tirándoles piedras se titula “Nightfall” (y como Tumlir sagazmente señala, “parece extinguir simbólicamente todas las corrientes ilustradas que refuerzan al proverbial foco del “Idea Art”); su “On the road to a new Neo Plasticism” utiliza los colores primarios (rojo, amarillo, azul) asociados con los artistas modernos daneses, pero se centra en el cuerpo despatarrado y postrado, posterior a la caída; incluso el trabajo fotográfico, “Untitled (Tea Party), 1972,” en el cual se arrastra a través de un área boscosa hacia un espacio donde se tiene un servicio de plata y comienza a tomar té, sólo para que una caja de trampa le caiga encima, se relaciona con la caída –no sólo la acción literal de la caja que lo atrapará sino las conexiones alusivas a la fiesta del té del Sombrerero Loco después que Alicia cayó en el hoyo del conejo. Al permitir que las navegaciones metafísicas de Ader logren su mayor aventura, “In Search of the Miraculous” puede evocar los mitos antiguos de exploradores que se arriesgan a atravesar una tierra plana para caer por sus orillas, como un castigo por su orgullo. En una de sus anotaciones de cuaderno, Ader escribió la idea para una postal: “Greetings from Beautiful Ader Falls.” De manera más ominosa, escribió, “All is falling.”






Ader no inventó la caída, y sus conexiones con el fracaso son tan antiguas como la Biblia. Mientras que el uso de Ader de la caída como un tema o dispositivo primordial convoca a los grandes temas –la caída del hombre, la humillación existencial humana—también es su homenaje al vodevil y el cine antiguo, particularmente Buster Keaton. Hasta que exista una profunda y especializada historia que analice las conexiones y divisiones entre el performance art, el teatro de vanguardia y el baile en Nueva York y Los Ángeles, será difícil evaluar cómo, cuándo y de qué maneras la obra de Ader influyó y fue influenciada por otros que producían a finales de los sesenta y principios de los setenta. Es interesante considerar que mientras Yvonne Rainer exploraba el movimiento ordinario –ciertamente la caída es uno de los movimientos más ordinarios—y Charles Ludlam escenificó algo como su versión del Ciclo de Anillos de Wagner, su propio Gotterdammerung con lentejuelas, los artistas en California estaban más preocupados con los juegos de la gravedad: en el escaparate que rentaba en la bahía, Bruce Nauman cayó al suelo después de Fracasar en el intento por Levitar en el Estudio, 1966; Howard Fried acumuló en unas pilas pesadas ropas pesadas por cantidad de mugre en “All My Dirty Blue Clothes,” 1970; Paul McCarthy practicó el arrojar su cuerpo por “trayectorias de misil” en “Leap Too Steep, Too Fast,” ambas de 1969; en vez de buscar por los caminos de Los Angeles, Chris Burden se tiró en la calle y se arrastró encima de vidrios en “Through the Night, Softly,” de 1973. No obstante todos los efectos de postguerra y residuos de heroísmo machista que dominaba a Los Angeles durante el tiempo que Ader estuvo ahí, la tonalidad de su proyecto es completamente distinta. Spencer puntualiza “un sentido de tensión en Ader-el-director y Ader-el-actor en la producción de su propia tragedia: él dramatiza los elementos exaltados de la autoinvención y la autodestrucción.” Tomó un camino más dócil y menos agonista que otros. Una entrada de su cuaderno dice: “Mi cuerpo practicando estar muerto.”


En una serie de citas de Ader recolectadas por su amigo, el artista William Leavitt, hay un verso de una de las canciones favoritas de Ader –“It’s not just a feeling, it’s a philosophy”—seguida por la proposición de un proyecto que nunca completó: “Quiero hacer una pieza donde me voy a los Alpes y hablo con una montaña. La montaña me hablará de cosas que son necesarias y siempre verdaderas, y yo le hablaré de cosas que son, a veces, accidentalmente verdaderas.” Quizás la predilección de Ader por la contingencia, su giro en torno a cosas que “a veces son accidentalmente verdaderas,” es su silenciosa contribución y una razón por la que su obra resuena con más seguridad hoy día que cuando fue concebida.




El equilibrio que Ader intentaba establecer entre la ironía y la lucha romántica es una que muchos están buscando hoy en día. Muchas de sus obras confrontan la historia del arte danés –de Vermeer a Rembrandt a Mondrian a los seguidores de De Stijl—posicionan su condición tardía como algo que debe ser considerado y revisado, más que algo para lo cual se vuelve anquilosado. Como escribió en una postal de 1970: “Estoy haciendo una obra apagada. En la cinta declaro silenciosamente todo lo que tiene que ver con caerse. Es una tarea mayor que exige una gran cantidad de pensamiento difícil. Será conmovedora. Me gusta eso. Soy un Dutch Master.” La búsqueda de lo milagroso en Ader, sus viajes en y alrededor de lo sublime –encontrado en una postal o en una canción de los Coasters—reconoce incluso mientras se anticipa a una añoranza contemporánea por lo heroico, porque el arte toque algo más grande y grandioso que el ser agotado de sí mismo, no obstante, logró tratar su deseo con una dosis saludable de ironía. Si sabía que sus luchas fueron grandes, también sabía que podían fracasar –o que el podía fracasarlas—no obstante, emprendió la aventura, aventando los materiales de su arte hasta que prosiguiera sin él, aventados hasta que incluso la ironía se disipe, sólo para regresar de maneras inesperadas. En su cuaderno una vez planeó: “Series de ballenas muertas fotografiadas en el océano, siendo llevadas a las orillas. Mi cuerpo practicando estar ahogado.” ¿Llegó a terminar este proyecto, o fracasó en el intento?




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