andy warhol


El surgimiento de Andy Warhol
Robert Hughes
(reimpreso de The New York Review of Books, febrero 18, 1982, pp. 6-10)
(fuente: Art After Modernism: Rethinking Representation, The Museum of Contemporary Art, New York, asoc. con David R. Godine, Publisher, Inc., Boston, 1984. pp. 45-57)


Afirmar que Andy Warhol es un artista famoso es declarar el más simple de los lugares comunes. Pero qué tipo de fama es de la que goza? Si el artista más famoso de Estados Unidos es Andrew Wyeth, y el segundo más famoso es LeRoy Neiman (el pintor cortesano de Hugh Hefner, inventor de la fémina de Playboy, y dibujante de las estrellas del fútbol americano para la cadena CBS), entonces Warhol es el tercero. Wyeth, porque su trabajo sugiere una rectitud frugal, pura y clara, vertida de nostalgia pero encarnada en objetos reales, que miles de personas vuelven a ellas como la médula perdida de la historia estadounidense. Neiman, porque millones de personas ven los programas deportivos, leen Playboy, y tomarán cualquier embarrón abstracto-expresionista siempre y cuando adorne un reconocible y protuberante par de melones. Pero Warhol? Qué magnitud de su público gusta de su obra, o incluso la conoce de primera mano? No tanto como la de Wyeth o de Neiman.
Para la mayoría de la gente que ha oído hablar de él, es un nombre proveniente de una distante cultura de museo, atorada en un rostro memorable: un maestro de Latín con una pálida peluca de fibra, el tipo que pinta latas de sopa y conoce a todas las estrellas de cine. Para un público pequeño, es el último de los retratistas sociales verdaderamente exitosos, trepando de rostro en rostro en un delirio silencioso de esnobismo, un hombre tan interesado en élites que hasta tiene su propia revista de sociedad. Pero Warhol nunca ha sido un artista popular en el sentido que lo llegaron a ser Andrew Wyeth of Sir Edwin Landseer. Ese tipo de popularidad implica ser visto como una persona normal (y por lo tanto, ejemplar) de quien surgen cosas extraordinarias.
La personalidad pública de Warhol en los últimos veinte años ha sido la opuesta: una figura anormal (silenciosa, alejada, eminentemente visible pero opaca, y un poco malévola) que homenajea la banalidad. El cumple con la definición de Stuart Davis, en torno al nuevo artista estadounidense, "un espectador-reportero cool en una Arena de Eventos Candentes." Pero ningún público masivo se ha sentido a gusto con la obra de Warhol. Seguramente, según el sentir de la gente, debe haber algo vacío en torno a un hombre que no expresa ninguna inclinación de peso, que le da la bienvenida a todo con un "ah. . .mira, qué suave." El otro Andy del arte, el Wyeth, no haría tal cosa. Ni tampoco lo harían los héroes de medio culto de The Agony and the Ecstasy y de Lust for Life. Ellos discriminarían entre las experiencias, lo que se supone que los artistas deben hacer por nosotros.
Desde hace tiempo que Warhol parece inclinarse ante la visibilidad y popularidad inmediatas que estrellas "reales" como Liz Taylor poseen, y en ocasiones es inducido a comportarse como si él realmente lo poseyera. Cuando hizo publicidad para ron puertorriqueño o para radios marca Pioneer, el mundo del arte gruñó con una envidia secreta: A qué artista no le gustaría estar en una posición en la cual se le ofrece buen dinero para trabajo publicitario, si tan solo fuera para tener el placer de rechazarlo? Pero su imagen vendió poco ron y unos cuantos radios. Después de dos décadas como el jefe vouyeur de los marginados y luego de los ricos, Warhol seguía siendo mal querido por el mundo en general; todo lo que la gente veía era a ese tipo extraño y remoto con la peluca esa. Entretanto, el gesto de realmente aparecer en una publicidad contradecía de base de la fama de Warhol al interior del mundo del arte. Hasta el punto que su obra llegó a ser subversiva (y lo fue en los sesenta, brevemente), se hizo de esta manera a través de su áspera y fría parodia del atractivo de la publicidad de masas --la repetición de imágenes como el de la sopa Campbell's o Brillo o Marilyn Monroe (una estrella que viene siendo una imagen de marca) hasta el punto en que se vislumbra un hueco que parece bostezar por debajo del discurso de promoción.
La tensión que esto ocasionó dependía del supuesto, aun estando fuerte en los sesenta, de que existía una diferencia cualitativa entre la percepción del arte elevado y el millón de instrucciones diarias emitidas por la cultura popular. Desde entonces, Warhol ha hecho probablemente más que cualquier otro artista en vida por gastar dicha distinción; pero mientras lo hace, ha gastado el filo de su propia obra. Al mismo tiempo, tiene dificultad para moverla hacia ese empirio de popularidad absoluta, donde se encuentra LeRoy Neiman, arropado en su poliéster azul cielo. Para hacer esto, tiene que hacerse accesible. Pero para ser accesible se tiene que perder la magia.
La profundidad de este dilema, o quizás su falta de superficialidad relativa, puede extraerse de una exhibición en particular, montada en noviembre de 1981 por el Los Angeles Institute of Contemporary Art: una muestra de retratos de estrellas del deporte, la mitad de Neiman y la mitad de Warhol, auspiciada por Playboy Enterprises. Fue un truco publicitario (el LAICA necesitaba dinero, y las exhibiciones de los conceptualistas de la costa oeste no remueven mucho las aguas), pero el otorgarle un velo de respetabilidad, el Instituto se sintió obligado a presentarlo como una crítica de las órdenes escudriñadoras del mundo del arte. Decía, en efecto, mira: Neiman, es un artista arbitrariamente rechazado, cuya obra tiene bastante como para recomendarla a los ojos serios (aunque se dejó medio vago exactamente qué era); vamos a demostrar que se encuentra ahí arriba con Warhol.
Dicho esfuerzo tuvo su contragolpe, haciendo surgir la posibilidad no intencional de que Warhol se encontraba allá abajo con Neiman. El Warhol de antaño no se hubiera sometido a un fiasco como la muestra del LAICA. Pero igual. no estaba tan ostentosamente interesado en ser querido por un público masivo. Es quizá por ello que su producción de la última década ha caído --ya no tenía más temas; es quizá por ello que Interview, su revista, es menos un periódico y más una hoja de relaciones públicas; y es por ello que libros como Exposures y POPism se escriben. [1]
Entre ellos, POPism: The Warhol 60's y Exposures nos ofrecen un retrato bastante bueno sobre las preocupaciones de Warhol antes y después de 1968, el año en que le dispararon. Ni uno de los libros tiene algún mérito literario, y la escritura es farandulera, con vuelos ocasionales de ironía diminuendo --justo lo que promete el paquete. POPism es en su mayoría una conversación superficial, Exposures lo es por completo. Para un hombre cuya vida se encuentra sostenida por el chisme, Warhol aparece como peculiarmente indiferente ante el juicio de las personas: "Nunca sé qué pensar de Eric," nos dice sobre un miembro de su círculo en los sesenta, un tipejo atolondrado con rizos dorados cuyo cuerpo, según nos dice un pie de página, fue encontrado a mitad de la calle Hudson, poco ceremoniosamente tirado ahí, según "rumores", después que tuvo una sobredosis de heroína. "Podía salir con comentarios que eran tan profundos y creativos, y luego lo que salía de su boca era algo tan tonto. Muchos de los chicos eran así, pero Eric era el más fascinante para mí porque era el caso más extremo --no podías saber en absoluto si era un genio o un retrasado mental." [2]
Claro, el pobre de Eric Emerson --como casi todo mundo en los alrededores de la Factory, como llegó a conocerse el estudio de Warhol-- no era ni uno ni lo otro. Todos eran espacio-escombro cultural, fragmentos divagantes de una variedad de subculturas de los sesenta (travestismo, drogas, sadomasoquismo, rock, Poor Little Rich, criminal, callejero, y todas las permutaciones) que orbitaban en elipses mugrosas alrededor de su movedor inconmovible. El verdadero talento era débil y disperso en este pequeño universo. Surgía en la música, con figuras como Lou Reed y John Cale; varios grupos punk en los setenta fueron, ingeniosamente o no, los hijos de Velvet Underground. Pero la gente que quiso continuar con su propio trabajo evitaron la Factory, mientras que los freaks y los groupies y los que andaban curioseando y que lo llenaban, no dejaron ni un solo rastro.
Sus paredes empapeladas de plata eran un teatro de juguete, en el cual se recreaba un aspecto de los sesenta en Estados Unidos, la esperanza infantil de imponerse uno mismo en el mundo por medio de una autorevelación terminal. Tuvo su lado sucio; una reminiscencia del arte. Si las "Superestrellas" de Warhol, como él las llamaba, hubieran tenido talento, disciplina o rendimiento, no lo hubieran necesitado. Pero igual, él no los hubiera necesitado. Le otorgaban ese aura fantasmal de poder. Si hubiera extraído su mirada, sus permisos y reconocimientos cuidadosamente delineados, hubieran dejado de existir; los pobres se hubieran mezclado de nuevo en el fangoso caos indiferenciado de la calle, los ricos terminan en McLean's. Valerie Solanas, la que le disparó, dijo que Warhol tenía demasiado control sobre su vida.
Aquellos cuyos padres los acusaron de estar fuera de sus casillas, que tenían deseos no cumplidos y ambiciones indeseables, y que se sintieron culpables de todo eso, gravitaban por lo tanto hacia Warhol. Él les ofrecía la absolución, la mirada del espejo en blanco que rechaza cualquier juicio. En esto, la cámara (cuando hacía sus películas) hacía las veces de su alcalde, recolectando hora tras hora de desplantes, de miseria, de espasmo sexual, de camp, y de trivia banal. También era un instrumento de poder --no en torno al público, para quien las películas de Warhol eran normalmente aburridas y alienantes, sino en torno a los actores. De esta manera, la Factory se parecía a una secta, una parodia del catolicismo actuada por gente (no accidentalmente) que eran o llegaron a ser católicos, desde Warhol y Gerard Malanga en adelante. En ella, los rituales del dandyism podían acelerarse hasta llegar al desvarío y mostrar en lo que se convirtieron --un ansia por la aprobación y el perdón. Estas llegaron de una forma reconocible, quizá la única forma que el capitalismo estadounidense sabe cómo ofrecer: la publicidad.
Warhol fue el primer artista estadounidense para cuya carrera, la publicidad era verdaderamente intrínseca. La publicidad no había sido un problema con los artistas en la década de los cuarenta y cincuenta. Pudo llegar como rayo para los azules filisteos, como cuando la revista Life hizo famoso a Jackson Pollock, pero esos eventos eran lo suficientemente raros como para ser recibidos con extrañeza, no sólo inusual. Para nuestros estándares, el mundo del arte era virginalmente naive en torno a los medios masivos y lo que podía hacer. La televisión y la prensa, a cambio, eran indiferentes en torno a lo aun le llamaban la vanguardia. La "publicidad" significaba una nota en el New York Times, un párrafo o dos de largo, seguido eventualmente por un artículo en Art News que quizás unas cinco mil personas llegaban a leer. Todo lo demás era considerado extrínseco a la obra --algo que se veía con sospecha, en el mejor de los casos un accidente, en el peor de los casos una distracción gratuita. Uno podría adular a un crítico, pero no a un corresponsal de modas, a un productor de TV, o al editor de Vogue. Ser su propia organización de Relaciones Públicas era casi impensable, a los ojos de los artistas de Nueva York en los cuarenta y cincuenta --de ahí el desprecio que sentían por Salvador Dalí. Pero en los sesenta, todo esto comenzó a cambiar, mientras el mundo del arte despejó gradualmente sus premisas idealistas y su sentido de encontrarse por fuera del estatus quo, y comenzó a convertirse en el Negocio del Arte.
Warhol se convirtió en el emblema y, por lo tanto, en no menor grado, en el instrumento de este cambio. Inspirado por el ejemplo de Truman Capote, se fue hacia la publicidad con una voracidad tenaz. Y lo obtuvo en abundancia, porque los sesenta en Nueva York recombinaron y apilaron la baraja social: la prensa y la televisión, en su dominio, construyeron una suerte de universo paralelo en donde las órdenes jerárquicas de la sociedad estadounidense --vestigios, según se pensaba, pero fuertes, y basados en la riqueza heredada-- fueron reemplazados por la nueva tiranía de lo "interesante." Su dominio tuvo que ver con el cambio rápido de estilo y de imagen, el supuesto de que toda la vida civilizada era discontinua y valedera sólo de un corto parámetro de atención: es mejor ser Baby Jane Holzer que la Duquesa de Guermanes.
Para entrar a esta turbulencia, uno sólo necesitaría nacer --un hecho señalado por Warhol en su único dicho duradero: "En el futuro, todos serán famosos por quince minutos." Pero para seguir ahí, para mantenerse empapado en el spray tintineante de la cultura promocional, uno necesita de otras cualidades. La primera es un aire de desapego; el dandy no debe ver directamente a la cámara. La segunda es un sentido agudo hacia el detalle, un ojo para las corrientes de la moda, que regularían a los otros sentidos y apetitos, de manera que le otorguen al desapego su punto.
Diligente y frígido, Warhol tenía ambos a un grado considerable. Nunca fue un artista "hot", un hombre dominado por una visión particular, y ansioso por imponérselo al mundo. Jackson Pollock había declarado que él quería ser la Naturaleza. Warhol, por el contrario, deseaba ser la Cultura y solamente la Cultura: "Quiero ser una máquina." Muchos de los artistas estadounidenses que surgieron a la fama después del expresionismo abstracto, comenzando con Jasper Johns y Robert Rauschenberg, habían trabajado en el arte comercial para sobrevivir, y otros artistas pop aparte de Warhol, claro, tomaron libremente del vasto reservorio del imaginario de la publicidad de masas estadounidense. Pero Warhol fue el único que incorporaba una cultura de promoción como tal. Había disfrutado de un enorme éxito como artista comercial, haciendo de todo, desde anuncios de zapatos hasta ilustraciones de recetas en una línea manchada y reluciente, derivado de Saul Steinberg. Él comprendía al mundillo rudo, que no era aun una "aristocracia", pero que trataba de serlo, donde la maquinaria de la moda, la farándula, el doblez de la imagen y lo chic narcisista daba golpeteos de su ágil pizzicato. Él sabía sobre empaquetado, y podía enseñárselo a otros.
La visibilidad social de Warhol, por lo tanto, floreció en un mundo del arte que, durante los sesenta, se preocupaba cada vez más por el deseo y la persecución de la publicidad. No es de sorprender que muchas de sus figuras en aquellos días --trepadores sociales crasos como los Sculls, popinjays como Henry Geldzahler, y la legión de carreristas insustanciales que no dejan más que recortes de prensa para marcar su paso-- tendían a tomar sus estrategias del ejemplo de Warhol.
Por encima de todo, el chico de clase trabajadora que se mantuvo por miles de horas contemplando el brillo azul y anestesiado de la pantalla de TV, como Narciso en su estanque, se dio cuenta que el momento cultural de mediados de los sesenta favorecía a un hueco andante. La televisión estaba produciendo una cultura sin afecciones. Warhol se dio a la tarea de convertirse en uno de sus héroes sin afecciones. Ya no era necesario que un artista actuara enloquecido, como Salvador Dalí. Otras personas podrían actuar enloquecidas en vez de ti: de eso se trataba la Factory de Wahol. Para finales de los sesenta, la locura se estaba volviendo normal, y la mitad de los Estados Unidos parecía estar inmersa en una suerte de tediosa y ruidosa forma de expresión individual. La locura ya no sugería singularidad. La traslucidez blanda de Warhol, como vidrio empañado, era mucho más intrigante.
Como Chauncey Gardiner, el héroe de la novela de Jerzy Kosinski, "Por el jardín" (Being There, en inglés), llegó a acreditársele una sabiduría sibilina porque él era una ausencia, conspicua por su presencia --intangible, como una televisión de la que nadie encuentra su botón de encendido. Las imágenes públicas dislocadas --las latas de sopa Campbell's, los Elvises y las Lizes y las Marilyns, las sillas eléctricas y los accidentes automovilísticos, así como la saltadora y malformada pornografía de sus películas-- tartamudearía en dicha pantalla; se vertiría de ésta como una inundación gratuita.
Pero el circuito detrás de ella, las obras, permanecían misteriosas. (Si hubiese llegado a ver a un terapeuta, como otros artistas neoyorquinos, hubiera sido menos interesante para su público.) "Si quieres saber todo acerca de Andy Warhol," le dijo a un entrevistador en aquellos días, "sólo tienes que ver la superficie de mis pinturas y películas y a mí, y ahí es donde estoy. No hay nada detrás de éstas." [3] Esta clase de seguridad se veía vagamente amenazadora en aquel entonces. Ya que sin duda alguna, había algo extraño en torno a esa adhesión tan firme a la superficie. Iba en contra de la marea del high art como tal. Qué pasó con la creencia, tan querida por el modernismo, que el poder y la necesidad catártica del arte fluía del inconsciente, a través de la labor anudada del sueño, la memoria y el deseo, hacia la imagen realizada? No queda ni rastro de ella; las pinturas eran todas superficies, nada de símbolos. Su vacío parecía misterioso.
No compartían las esperanzas reformistas del modernismo. Ni la ansiedad cáustica de dadá, ni los sueños utópicos de los constructivistas; ni política, ni trascendentalismo. Ocasionalmente habría una parodia delgada y aprendida, como cuando Warhol hizo unas pinturas en blanco y negro, de unos diagramas de pasos de baile, una parodia de la pieza de Mondrian, Foxtrot (1930). Pero en general, su único sujeto era el desapego: la condición de ser un espectador, lidiando con el mundo sin meter las manos, a través del filtro fotográfico.
De esta manera, sus pinturas, descuidadamente serigrafiadas, llenas de manchones, mimetizaban la disociación de la mirada contemplativa y la empatía inducida por los medios masivos: el golpe banal de la prensa de tabloide, la jerga visual y el color brillante y sucio de la TV, el sentido de glotonería y de anestesia causado por ambos. Tres docenas de Elvises son mejores que uno; y una Marilyn, parchada como estampita sedosa en un fondo de hoja de oro (el color favorito de Bizancio, pero también de las drag queens) podía convertirse en una parodia burlona y grotesca de las fijaciones de Madonna de la propia infancia católica de Warhol, o el pretencioso engrandecimiento de las estrellas de los medios por parte de una cultura secular, y de las similitudes entre ambas. La rápida negligencia de las imágenes de Warhol parodiaban el modo como los medios masivos reemplazan el acto de leer con el de "escanear", un estado de las cosas anticipado por la línea de Ronald Firbank en The Flower Beneath the Foot: "Ella lee a un ritmo tal...y cuando le pregunté dónde había aprendido a leer tan rápido, ella respondió, 'En las pantallas de los cines.'" [4]
Ciertamente, Warhol tenía una aguda profundidad en torno a los medios masivos. No pudo haberla tenido sin sus antecedentes en el arte comercial y su obsesión por lo estilizado. Pero no era una aperçu que pudiera desarrollarse: careciendo la relación aprehensible con la experiencia de Claes Oldenburg (a no decir de Picasso) Warhol se quedó sin mucho material. Es como si, después de su casi fallecimiento en 1968, las líneas de sentimiento de Warhol finalmente fueron cortadas; no podía apropiar al mundo de tal manera que los resultados significaran mucho como arte, aunque se convirtieron en el foco de un rumor creciente, de una especulación y de un espectáculo promocional. Sin embargo, el atentado contra su persona reflejaba algo que nos devuelve a sus primeras pinturas --la muerte de la prole en los accidentes automovilísticos, la silla eléctrica con el signo acompañante de SILENCE en la puerta cercana [a la imagen], los retratos taxidermistas de la Marilyn muerta-- otorgándole un glamour ficticio como emblemas de la fortuna. Se gastó muchísima prosa sin aliento para Andy, el Ángel Plateado de la Muerte, y otros calificativos similares. (Que todas estas imágenes fueron sugeridas por amigos, más que escogidas por Warhol, no se señalaba).
Parte debido a esta aura gratuita, la idea de que Warhol era un intérprete mayor de la escena estadounidense tiene una muerte dura --por lo menos en algunos sitios del mundo del arte. "Ha habido otro artista", se preguntaba Peter Schjeldhahl al final de ese panegírico sobre la fatua exposición de los retratos de sociedad en el museo Whitney en 1979, "que con tanta tranquilidad y fidelidad, que con tal enorme intimidad y candor, haya registrado cambios importantes en una sociedad?" [5] (Bueno, quizás un par, comenzando con Goya.) Los críticos ponen al frente tales barbarismos cuando son hipnotizados por las viejas credenciales radicales. Barbara Rose una vez comparó sus retratos, muy favorablemente, con los de Goya. John Coplans, el anterior editor de Artforum, escribió que su obra "casi por la selección de las imágenes por sí mismas, tal parece, nos obliga a enfrentar de cara el filo existencial de nuestra existencia." [6]
En 1971, un marxista estadounidense llamado Peter Gidal, quien posteriormente realizó unas películas igual de entumecedoras como las de Warhol, declaró que "a diferencia de Chagall, Picasso, Rauschenberg, Hamilton, Stella, la mayoría de los cubistas, impresionistas, expresionistas, Warhol nunca se vuelve negativamente aburrido"[7] --se implicaba que sólo de manera positiva, y de una manera moralmente acogedora. Si la idea de que Warhol podía ser el artista más interesante de la historia moderna, como parecía estar diciendo Gidal, ahora nos parece una simplada, esto ha hecho eco regularmente en la izquierda --especialmente en Alemania, donde, por medio de uno de esas exquisitas contorsiones de lógica social a la que parece especializarse la Bundesrespublik, el estatus de Warhol como un proletario fue bastante subrayado por los marxistas que elogiaban sus credenciales "radicales" o "subversivas".
Fue así que el crítico Rainer Crone, en 1970, declaró que Warhol fue "el primero en crear algo más que un 'bello arte' tradicional para la edificación de unos cuantos." [8] Al producir en masa sus imágenes de producción en masa, al punto que la interrogante sobre quién hizo realmente la mayoría de su producción en los sesenta ha tenido que ser diplomáticamente desviada por los dealers desde entonces (probablemente la mitad fue corrida por los asistentes y simplemente firmada por Warhol), el maestro pálido ha entrado a un estado permanente de "práctica revolucionaria anaestética" --Qué deliciosa frase! De esta manera, las formas "elitistas" de idealismo clasemediero, tan obstaculizantes a la experiencia del arte, no obstante tan necesarias para el mercado del arte, había generado un corto circuito. Aquí se encuentra algo aparentemente similar al "arte de los cinco kopeks" que Lunacharsky le había pedido a la vanguardia rusa que produjera después de 1917. No sólo eso: el Pueblo podía ver inmediatamente y comprender lo que Warhol estaba pintando. Estaban acostumbrados a las latas de sopa, las estrellas de cine, y las botellas de Coca Cola. Fabricar estas botellas en el Sur y venderlas en Abu Dhabi era maldad capitalista; pintarlas en una fábrica en Nueva York y venderlas en Dusseldorf, un acto de crítica cultural.
Estos esfuerzos por asimilar Warhol con una estética "revolucionaria" tienen ahora un aire musgoso. La pregunta ya no es si estos enunciamientos eran verdaderos o falsos --la carrera posterior de Warhol las volvió absurdas de todos modos. La verdadera pregunta es: Cómo es que podían las personas otrora bien informadas, de los sesenta y setenta, imaginar que el hombre que terminaría dirigiendo una revista de farándula y emitiendo retratos de Sao Schlumberger para vivir fuera realmente un subversivo cultural? La respuesta probablemente se encuentre en el cambio que surgiría en su propio ámbito, el mismo mundo del arte.
Warhol realizó su mejor obra (1962-1968) en una época en que la vanguardia, como idea y como realidad cultural, aun parecía estar viva, a pesar de no estar muy bien. De hecho, estaba colapsando desde su interior, socavada por el debilitamiento del mercado de arte y por la conversión total del público de clase media; pero pocas personas podían ver esto en aquel entonces. El ideal del arte radical, "outsider", de efecto social amplio, aun no había sido reconocido como una fantasía. La muerte de la vanguardia se ha vuelto desde entonces un lugar tan común que la palabra misma tiene un aura vergonzosa. A finales de los setenta, sólo los dealers la usaban; hoy en día, ni siquiera ellos lo hacen, excepto en Soho. Pero a finales de los sesenta y principios de los setenta, el estatus de la vanguardia seguía siendo pensada como una parte necesaria de las credenciales de una obra nueva. Y dada la atmósfera política de la época, era obligatorio declarar algún grado de poder político "radical" para cualquier obra nominalmente de vanguardia.
De ahí que el silencio de Warhol se convirtió en una mancha de Rorschach, sobre la cual los críticos que admiraban la idea de un arte político --pero que no se verían ni muertos frente a una pintura realista-- podían proyectar sus expectativas. Así como la obra de Agam es arte abstracto para aquellos que odian la abstracción, así Warhol se convirtió en arte realista para aquellos que odiaban la representación, considerándola "retrógrada". Si el artista, parpadeante y cándido, niega haber sido de ninguna manera un artista "revolucionario", sus admiradores sabían más; la verruga blanca de la Plaza Union sólo estaba disimulando. Si éste declaraba que sólo estaba interesado en hacerse rico y famoso, como todos los demás, no podía estar diciendo la verdad; en vez de esto, estaba parodiando la obsesión estadounidense por la celebridad, qué mejor que desinflarla. Desde los resquicios de su nudo exegético, cualquier cosa que Warhol hiciera podía tomarse en serio. En una reseña de Exposures, el crítico Carter Ratcliff afirmaba solemnemente que "era secretamente el vehículo de intenciones artísticas tan complejas que probablemente dejaría de funcionar si no las diluyera con dosis nocturnas de lo inane." [9] Pero para la válvula de seguridad del Studio 54, él aparentemente volaría como a planta en "Three Mile Island", esparciendo la cultura con radiaciones inimaginadas.
Uno se pregunta qué fueron estas "intenciones artísticas", ya que la producción de Warhol de la última década se ha preocupado más por el blando desarrollo de producto que con cualquier profundidad discernible. Como declaró Harold Rosenberg, "Al demostrar que el arte hoy en día es una mercancía del mercado de arte, comparable a las mercancías de otros mercados especializados, Warhol ha liquidado la tensión de todo un siglo, entre el artista serio y la cultura de las mayorías." [10] Importa poco lo que Warhol pinte; para su clientela, sólo la firma está completamente visible. La fábrica funciona, su torrente de productos no se interrumpe, el mercado dicta su lógica. Lo que los clientes quieren es un Warhol, un producto reconocible que tenga su sello. De ahí que cualquier desviación marcada de la norma, tal como la que podría producir una conexión imaginativa con el mundo, de hecho sería extraña y desagradable: una renuncia de los productos previos. El punto de venta de Warhol es el de masajear al cliente por vía de la repetición, mientras se mantiene la ficción de la singularidad. El estilo, considerado como el residuo auténtico de la experiencia, se convierte en el primo del arte comercial: la estilización.
Warhol nunca se ha engañado en torno a esto: "Es tan aburrido pintar el mismo cuadro una y otra vez," se quejó a finales de los sesenta. De modo que introdujo pequeñas variaciones en el paquete, para hacer que el último producto fuera un poquito obsoleto (y para limitar su proliferación, de ahí que se asegura su rareza), ya que si todos los Warhols fueran exactamente iguales, no habría mercado para los nuevos. Tal es su parodia de la invención, que ahora se ve como normal en un mundo del arte dominado por el mercado. Su naturaleza industrial requiere de una suerte de factura igualmente industrial: esto consiste en hacer serigrafías a partir de fotografías, normalmente Polaroids, sangrando una buena parte de la información de la imagen, reduciéndola a un monocromático, y luego imprimiéndola sobre un fondo embarrado de color decorativo, aplicado con un brochazo amplio y cargado, para dar la impresión de vigor. Sólo en raras ocasiones hay siquiera una relación formal entre la imagen y su fondo.
Esta fórmula le otorgó a Warhol varias ventajas, particularmente como retratista. Siempre podría agraciar a su cliente escogiendo la mejor fotografía. La dama de Texas o de París no estaría sujeta a la fatiga de un largo escrutinio; de hecho, se sentiría más bien como una modelo de Vogue, aunque lo pareciera o no, mientras Andy hiciera lo que hace con su Polaroid. Como servicio social, fue una solución ingeniosa; y aun dejó lugar para gente que debió haber reconocido todo esto como para acogerlo, cosa que hizo el historiador de arte Robert Rosenblum, en su ensayo de catálogo para la exhibición de retratos en el Museo Whitney en 1979: "Si es instantáneamente claro que Warhol ha revivido el crujido, el brillo y el chic visuales de tradiciones anteriores de retrato de sociedad, podría ser menos obvio que, a pesar de su legendaria indiferencia ante los hechos humanos, también ha capturado un rango increíble de profundidades psicológicas entre sus sujetos." [11] Legendario, increíble, brillo, profundidad: relleno para el pavo.
La naturaleza funesta e industrial del talento peculiar de Warhol, y el carácter robótico del alabo que se le otorga, aparece de la manera más desnuda de todas en sus impresiones, a las cuales se les dio una retrospectiva en el espacio Castelli Graphics en Nueva York un catalogue raisonné elaborado por Hermann Wünsche. "Más que cualquier otro artista de nuestra era," declara uno de sus textos, "Andy Warhol se encuentra intensamente preocupado por los conceptos de nuestros tiempos"; todo un pequeño Proust, de hecho. "Sus impresiones, por encima de todo, revelan a Andy Warhol como un artista universal cuyas obras lo demuestran como alguien sumamente conciente de las grandes tradiciones europeas, y quien es un admirador particular de la gloriosa Dixnewiéme francesa, misma que lo inspiró a experimentar y a aplicar las cualidades inmanentes de la pintura 'pura'". [12] Sin duda algo se perdió en la traducción, pero es difícil creer que Hans Gerd Tuchel, el autor, haya visto las impresiones de las que habla. Nada podría ser más plano o más funesto, o tener menos que ver con esas "cualidades inmanentes de pintura 'pura'," que las impresiones recientes de Warhol. Su cualidad más discernible es su cinismo transparente y su aproximación a la Franklin Mint [sello de autenticidad aplicado a la emisión de monedas. N. del trad.] en torno al tema. Qué otro artista "serio", por ejemplo, contemplaría hacer una serie titulada "Diez Retratos de Judíos del Siglo XX," [13] entre los que se encuentran Kafka, Buber, Einstein, Gertrude Stein y Sarah Bernhardt? Pero entonces, en el clima moral del mundo del arte hoy en día, Por qué no tratar a los judíos como un tema de interés especial como cualquier otro? Hay un gran mercado para las impresiones de pájaros, de perros, de carreras, de cacerías, de yates; Por qué no impresiones de judíos?
No obstante los méritos que puedan carecer estos mementos, nadie podría refutar a su autor por inconsistencia. El judío como Celebridad: está a la par con la pasión dominante de la carrera de Warhol, el objeto de su atención perpleja --el estado de ser bien conocido por su bien conocer. De esto se trataba todo el trabajo de Exposures --un álbum fotográfico de estrellas de cine, ídolos del rock, esposas de políticos, cocottes, catamites, y trozos varios de White Trash Internacional pelando los dientes para el brillo emulgente del bulbo de flash: Estoy siendo "flasheado", por lo tanto soy. Viene siendo también el único tema del órgano de casa de Warhol, la revista Interview.
Interview comenzó como un pariente pobre de la revista Photoplay, subtitulada "La revista de cine de Andy Warhol." Pero para mediados de los setenta, se había purgado a sí misma del residuo de la "antigua" Factory y se convirtió en un folletín punk dirigido mayormente al ámbito de la moda --un paso natural, considerando el pasado de Warhol. Con la apertura del Studio 54 en 1977, la revista encontró su "nueva" Factory, su hogar espiritual. Luego se convirtió en una suerte de teatro de marioneta impreso: las mismas figuras, mes tras mes, se engalanarían en su pequeño proscenio, dando unas piruetas, chupando o inhalando algo, para luego salir dando saltitos --Marisa, Bianca, Margaret Trudeau, y el resto de las estrellas ficticias que reemplazaron a las Superestrellas descartadas de los días de la Factory.
Dado que la revista es principalmente una invención de escalado social para su dueño y su staff, su verdadero contenido farandulero es bastante simplista. Muchas piedras se dejan si rodar, pero no hay un solo ramito que no se bese. Como regla, las entrevistas, grabadas y transcritas, suenan como si un valet estuviera haciendo las preguntas, especialmente cuando el sujeto regularmente se anuncia en la revista. Algunas veces el nivel de bochorno excede a las más alocadas invenciones de S.J. Perelman. "He sentido desde que te conozco," le dice un entrevistador a Diane von Fustenberg, "que había algo extraordinario en ti, que tienes el sentido místico y la cualidad de un alma pagana. Y aquí estás, a punto de introducir un nuevo perfume, llamándolo con un nombre instintivo, pero perfecto." Y después:

Q. Siempre te he conocido por tu maravillosa relación con tus hijos. Por ello, pienso que tú simbolizas una suerte de fidelidad. Por qué trajiste a estos gansos de Bali?
A. No lo sé.
Q. Lo hiciste instintivamente.
A. Sí, sólo me pareció lo correcto. Una cosa después de la otra. . .es algo loco.
Q. Hay algo en ti que me recuerda a Afrodita.
A. Bueno, ella la pasó muy bien.


Después, Afrodita declara que "no quiero ser pretenciosa," pero que "acabo de estar en Java y tiene unos 350 volcanes activos. Terminaré arrojándome a uno. Pienso que eso sería muy glamoroso." [14]
En política, Interview tiene un sólo objeto de veneración: los Reagan, alrededor de cuya flama envejecida la revista revolotea como polilla, moviendo su pequeño tórax hacia Jerry Zipkin, esperando invitaciones a cenar en la Casa Blanca o, incluso mejor, una comisión de retrato oficial hecho por Warhol. Moviéndose en torno a ese día, cuida de mantener intercambios halagadores con funcionarios de la Casa Blanca tales como Muffie Brandon. Incluso llegó al grado de asignar como "editora invitada" a Doria Reagan, la nuera. Para su editor, Reagan es César Augusto Americanus y Nancy una mezcla de Evita y la Virgen María, aunque en rojo. Warhol parece compartir dicha visión, aunque no siempre lo hizo. Durante la mayor parte de los setenta él era de alguna manera nominal un Demócrata Liberal, como el resto del mundo del arte --haciendo carteles de campaña para McGovern, tratando de acercarse a Teddy Kennedy. Nixon, quien pensaba que la cultura era para los judíos, jamás lo hubiera dejado estar cerca de la Casa Blanca. Cuando Warhol declaró que Jack, el hijo de Gerald Ford, era el único Republicano que conocía, estaba diciendo algún tipo de verdad. Sin embargo, dos cosas cambiaron esto en los setenta: el Shah [de Irán] y la administración de Carter.
Uno de los aspectos más raros del régimen del fallecido Shah era su deseo de comprar arte moderno de occidente, de modo que pareciera "liberal" y "avanzado". Seurat en la sala, S A V A K en el sótano. El Shabanou anterior, Farah Diba, gastó millones de dólares llevando a cabo esta fantasía. Nada pone en línea al mundo del arte más rápido que la imagen de una chequera imperial, y la conversión del remanente de la vanguardia estadounidense en ardientes fans del Pahlavis fue uno de los absurdos más ricos del periodo. Los dealers comenzaron a aprender Farsi, los iraníes estudiantes de intercambio de bellas artes adquirieron un repentino caché como asistentes de investigación, y las invitaciones a la embajada iraní --que no era el boleto más socorrido antes de 1972-- ahora era muy solicitado.
El principal beneficiado de esto fue Warhol, que se convirtió en el retratista semioficial del Trono Pavorreal. Cuando la gente de Interview no estaba en el tazón de caviar en el consulado, como pichones rodeando una bañera para pájaros, se encontraban en un jet de Air Iran, en alguna parte entre el Aeropuerto Kennedy y Teherán. Todo poder es gozoso, como una vez observó Kenneth Tynan, y el poder absoluto es absolutamente gozoso. La caída del Shah dejó un hoyo en el mundo de Interview: A quién halagaría ahora? Ciertamente, la administración de Carter no fue un sustituto. Aquellos bautistas sureños con sus trajes de polialgodón no tenían la finura como para reconocer cuándo estaban siendo halagados. Tenían la gracia social de vendedores de autos, bebiendo Amaretto y haciendo burlas ásperas sobre las pirámides. Ofrecían fiestas aburridas y hablaban sobre derechos humanos. La elección contundente de Reagan fue por lo tanto una providencia. La combinación familiar de opulencia privada y despilfarro público vuelve a montarse; no habría fin para las fiestas y los mecenas y los retratos. El Jinete Herido podría reunir 90 millones de dólares para bandas de bronce mientras recortaban los fondos culturales de la nación hasta deshilacharlo. A quién le importaba? Ciertamente no a Warhol, cuya obra nunca deja de comprobar sus méritos en el único lugar donde el mérito realmente se muestra, el mercado.
Se dice que los grandes líderes traen consigo el elogio de grandes artistas. Cómo podría uno dudar de que Warhol fue conducido por el Destino para ser el Rubens de esta administración, hacerla de Bernini para el Urbano III de Reagan? Por un lado, el tosco actor de cine, vacío de ideas pero experto en manipulación, proyectado en los altos oficios por el poder insuperable del imaginario de masas y la percepción de segunda mano. Por el otro lado, el pintor superficial que entendió más sobre los mecanismos de la celebridad que cualquiera de sus colegas, cuyo sentido entero de la realidad estaba formado, como el sentido del poder de Reagan, por el bulbo de la televisión. Cada uno, a su manera, llegando como Huck Finn; ambos obsesionados con servir a los intereses del privilegio. Juntos, significan un nuevo momento: la era de la estética del lado de la oferta.
[1] Andy Warhol, Andy Warhol's Exposures (Nueva York: Grosset y Dunlap, 1979), y Andy Warhol y Pat Hackett, POPism: The Warhol 60's (Nueva York: Harcourt Brace Jovanovich, 1980).
[2] Warhol y Hackett, POPism, p. 212
[3] Andy Warhol, citado en Kasper Konig, Pontus Hultén, Olle Granath, eds., Andy Warhol; catálogo de exhibición, Moderna Museet, Estocolmo (Nueva York: Worldwide Books, 1969), n.p.
[4] Ronald Firbank, The Flower Beneath the Foot (Nueva York: Bentano's, 1924), pp. 5-6
[5] Peter Schjeldahl, "Warhol and Class Content," Art in America 68, No. 5 (mayo 1980): 112
[6] John Coplans, "Andy Warhol: The Art," en Andy Warhol, ed. Coplans, con Jonas Mekas y Calvin Tomkins; catálogo de la exhibición, Museo de Arte de Pasadena (Greenwich, Conn.: New York Graphic Society, 1970), p. 49.
[7] Peter Gidal, Andy Warhol: Films and Paintings (Nueva York: E.P. Dutton; Londres: Studio Vista, 1971), p. 76
[8] Rainer Crone, Andy Warhol, trad. John William Gabriel (Nueva York: Praeger Publishers, 1970), p. 23. Ver también Crone y Wilfred Wiegand, Die revolutionare Asthetik Andy Warhol's (Darmstad: Melzer Verlag, 1972).
[9] Carter Ratcliff, "Starlust: Andy's Photos," Art in America 68, no. 5 (mayo 1980): 120
[10] Harold Rosenberg, "Warhol: Art's Other Self," en Art on the Edge: Creators and Situations (Chicago: The University of Chicago Press, 1975), pp. 105-106.
[11] Robert Rosenblum, "Andy Warhol: Court Painter to the 70's", en Andy Warhol: Portraits of the 70's, ed. David Whitney; catálogo de la exhibición, Whitney Museum of American Art (Nueva York: Random House, 1979), p. 18
[12] Hans Gerd Tuchel, "Andy Warhol als Graphiker/Andy Warhol as Graphic Artist," trad. Dennis S. Clarke, en Hermann Wünsche, Andy Warhol: Das Graphische Werk 1962-1980 (Bonn: Bonner Universitat Buchdruckerai, 1980), n.p.
[13] "Ten Portraits of Jews of the Twentieth Century," The Jewish Museum, Septiembre 17, 1980-Enero 4, 1981.
[14] Iris Love, "Diane von Fustenberg," Interview 11, no. 11 (noviembre 1981): 26, 29.

Sol Lewitt

Enunciados sobre arte conceptual
Sol LeWitt
(1968)


1) Los artistas conceptuales son místicos más que racionalistas. Saltan a conclusiones a las que la lógica no puede llegar.
2) Los juicios racionales repiten juicios racionales.
3) Los juicios ilógicos conducen a una experiencia nueva.
4) El arte formal es esencialmente racional.
5) Los pensamientos irracionales deberían seguirse absoluta y lógicamente.
6) Si el artista cambia de opinión a mitad del camino de la ejecución de la pieza, compromete al resultado y repite resultados previos.
7) La voluntad del artista es secundaria al proceso que inicia de idea a su finalización. Su voluntad puede sólo ser el ego.
8) Cuando palabras tales como pintura o escultura son usadas, connotan una tradición entera e implican una aceptación consecuente de dicha tradición, colocando de este modo limitaciones al artista que dudaría en hacer un arte que vaya más allá de las limitaciones.
9) El concepto y la idea son diferentes. El primero implica una dirección general mientras que el segundo es el componente. Las ideas implementan al concepto.
10) Las ideas por sí solas pueden ser obras de arte; están en una cadena de desarrollo que eventualmente puede encontrar alguna forma.
11) Las ideas no necesariamente proceden en un orden lógico. Puede iniciarse una que va en direcciones inesperadas, pero una idea necesariamente debe se completada en la mente antes de que se forme la siguiente.
12) Para cada obra de arte que se vuelve física hay muchas variaciones que no lo hacen.
13) Una obra de arte puede entenderse como un conductor de la mente del artista a los espectadores. Pero puede que nunca llegue al espectador, o que puede que nunca deje a la mente del artista.
14) Las palabras que van de un artista a otro pueden inducir una cadena de ideas, si comparten el concepto.
15) Ya que no hay forma que sea intrínsecamente superior a otra, el artista puede usar cualquier forma igualmente, desde una expresión de palabras (escritas o verbalizadas) a la realidad física.
16) Si las palabras son usadas, y éstas proceden de ideas sobre el arte, entonces son arte y no literatura, los números no son matemáticas.
17) Todas las ideas son arte si se conciernen con el arte y caen dentro de las convenciones del arte.
18) Uno comprende por lo regular el arte del pasado, aplicando las convenciones del presente, de este modo malinterpretando el arte del pasado.
19) Las convenciones del arte son alteradas por obras de arte.
20) El arte que logra algo cambia nuestra comprensión de las convenciones al alterar nuestras percepciones.
21) La percepción de ideas nos lleva a nuevas ideas.
22) El artista no puede imaginar su arte y no puede percibirlo hasta que esté completo.
23) Un artista puede percibir incorrectamente una obra de arte (comprenderla de manera distinta al artista), pero aun puede iniciar su cadena de pensamiento a partir de esa malinterpretación.
24) La percepción es subjetiva.
25) Puede que el artista no necesariamente comprenda su propio arte. Su percepción no es ni mejor ni peor que la de otros.
26) Un artista puede percibir al arte de otros mejor que al suyo.
27) El concepto de una obra de arte puede involucrar la materia de la pieza o el proceso.
28) Una vez que la idea de la pieza se establece en la mente del artista, y la forma final se decide, el proceso se lleva a cabo a ciegas. Hay muchos efectos secundarios que el artista no puede imaginar. Estos pueden ser usados como ideas para nuevas obras.
29) El proceso es mecánico y no debería ser alterado. Debe tomar su propio rumbo.
30) Hay muchos elementos que se involucran en una obra de arte. Los más importantes son los más obvios.
31) Si un artista usa la misma forma en un grupo de obras y cambia el material, se supondría que el concepto del artista tuvo que ver con el material.
32) Las ideas banales no pueden ser rescatadas por vía de una ejecución bella.
33) Es difícil estropear una buena idea.
34) Cuando un artista aprende demasiado bien sus habilidades termina haciendo arte habilidoso.
35) Estos enunciados comentan sobre el arte, pero no son arte.

Extraído de la revista Art-Language, Vol. 1, No. 1 (1969).

Alan Kaprow

Ensayo sin título
Alan Kaprow

(Este ensayo fue impreso sin ningún título al lado de El Demiurgo, el primer escenario de Happening publicado, y en cuyo encabezado se usa por vez primera la palabra con su significado actual. Este escenario puede encontrarse en Happenings, de Michael Kirby, publicado por E.P. Dutton, Nueva York)

Creo que cuando un artista escribe sobre su arte, debería escribir en el sentido más profundo para sí mismo. Debería divertirse a sí mismo, cuestionar, insinuarse, inventar papeles para sí mismo, endilgar su imagen con grandes tareas, referir con un estudiado regocijo sus enormes ambiciones y, por encima de todo, tomarse a sí mismo lo menos serio posible, Es justo en ese momento, cuando las palabras se vuelven más perfectamente en un soliloquio, que llegan a tener un aire de autenticidad. Esto no es fácil –uno siempre piensa en divertir a los demás así como a uno mismo—pero si sucede que se alcanza un nivel alto de privacidad en las ideas, mucho más probable que lo que se dice se acerque al estatus de “mentiras” puras, y no parezca nada más que otro plano de invención o de arte.
Después de todo, ¿quién quiere escribir realmente sobre lo que hace? Se dedica toda una carrera a imaginar cosas, y si el artista fuera a estar interesado en tomar su pulso como si fuera un paciente que está siendo examinado, debe encontrar una manera de convertir su proceder en una aventura, una forma de vida en sí misma. No puede satisfacerse sólo con traducir de manera digerible lo que ya ha sido completamente expresado en sus últimos esfuerzos creativos.
En algún momento, en su interior, se da cuenta que, por lo menos en él, el mayor artificio, el pensamiento más estrafalario, la construcción mental menos creíble, se acerca más a la verdad sobre él mismo, y más allá de él mismo. Es el inventor de visiones imposibles y por lo tanto un creador de realidad. Sabe con certeza que se encuentra entre los pocos que quedan en un mundo de almas cansadas, amargadas, que tiene la valentía suficiente para soñar su tiempo.
No puedo dejar de deleitarlo para que se pare frente a su espejo y haga caras, frunciendo el ceño, sonriendo, derramando lágrimas y haciendo ruidillos chistosos en rápida sucesión. Actor y público de sí mismo y al mismo tiempo, está en libertad para desbaratar toda la escena si lo desea; y libre también de aplaudir el próximo juego que está por venir. ¿Y por qué no? ¿Tiene acaso un deber personal mayor que éste? ¿Un deber social mayor? Al soñar en un “testimonio”, al revelar una actitud en torno a su arte, está ejecutando su función más profunda.
Siempre he soñado con un arte nuevo, un arte realmente nuevo. Me río a carcajadas cuando se habla de consolidar fuerzas, de aprender del pasado; por las añoranzas de la gran tradición, el fin de las agitaciones y la era de la paz y la seriedad. Esa visión tan esencialmente miedosa no puede saber qué gozo tan positivo se obtiene de la sublevación. Nunca se ha dado cuenta que las revoluciones del espíritu son el pronunciamiento mismo de la existencia de dicho espíritu. La precaución en contra de darse el gusto por lo nuevo puede hacerse a un lado. Lo verdaderamente nuevo es difícil de encontrar y cuando uno lo tiene, es efectivamente muy real. Le hago una reverencia al hombre que se tropieza en el intento, ya que no creo que pueda prepararse para ello por adelantado. Sólo puede prepararse para su descubrimiento al dejarse a sí mismo tan desprotegido, tan expuesto a la “extrañeza” como sus vínculos con la civilización lo puedan permitir.
He tomado las sugerencias de aquellos raros excéntricos que surgen muy de vez en cuando, en lugares inesperados, que están lo suficientemente locos como para transformarse en el Absoluto Esencial de cada momento que pasa a través de ellos y que quizás sean de esta manera las formas vivas más puras de arte. Estas personas, estos seres maravillosamente trastornados, no se detienen lo suficiente (o no pueden) como para llamar a sus seres una cosa creativa. Se lanzan hacia muertes furiosas; o se colapsan por el puro exceso de su energía, abren puestos donde venden puros y ya no se vuelve a escuchar de ellos. No dejan monumentos (y estoy cansado de los monumentos, esos símbolos para la eternidad), ni testimonios, pero saben más sobre renovación que el resto de nosotros.
Vivimos en un tiempo en el que los pensadores que están más religiosamente preocupados por lo que significa lo Valioso para los hombres, dicen que la locura es más profunda que la humanidad, no obstante cuán terrible y dolorosa sea ésta. Las virtudes clásicas se han secado para convertirse en pequeñas frituras grises que se acomodan poco a poco en nuestras lenguas, burlándose de un mundo al que no le han ayudado y de nosotros a quienes no ha inspirado.
Estoy convencido que la única “virtud” humana es el renacimiento continuo del Ser. Y esto es lo que sería un nuevo arte. Hoy en día no estamos condenados (como se nos ha dicho a todos); simplemente estamos muertos de aburrimiento. Si buscamos la salvación, sigue siendo el hastío de Baudelaire del que nos queremos salvar. El nacer no simplemente de nuevo, sino una y otra vez, es ahora nuestra obligación más noble. Como artista, significa vivir en un constante asombro espiritual desequilibrio interno. (Esto es quizás el único estado real de armonía; el resto sería dormir sin soñar) Significa arrojar nuestros valores (nuestros hábitos) por la deriva de grandes alturas, sonriendo mientras escuchamos cómo traquetean y se despedazan allá abajo, como lozas –porque ahora debemos ponernos de pie e inventar algo nuevamente.
También significa vivir con el miedo de llegar al final demasiado pronto…y si es necesario, esto también ocurre. Pero la exaltación de encontrarse de cara con el verdadero desafío de ser o no ser un artista, un hombre de valores, es precisamente un valor mucho más grande. Y no me importaría tener que pagar con mi alma por la simple reafirmación de que se encuentre ahí por un tiempo.
¿Y el pasado? Esos hombres heroicos que también dieron sus vidas para divertirse a sí mismos? ¿Qué de ellos? Supongo que para ser revolucionario, uno debe saber y odiar-amar profundamente el pasado. Yo acepto que me pongo sentimental en torno a esto y aquello que tenga un cierto toque de antiguo, y ocasionalmente estrecho la mano de algún compañero de entre toda esa sutileza trás de mí. Pero existe un sentimiento inevitable de estar lleno a más no poder de obras maestras, la mayoría de las cuales no se hicieron con la idea de que iban a ser obras maestras sino por simple necesidad.
El único uso general que el pasado tiene para mí es el de señalar lo que ya no tiene que hacerse (como alguien que no recuerdo dijo una vez). El pasado no puede y no quiere ser embalsamado. Pienso que sólo puede mantenerse vivo en los artistas que parecen estar escupiendo en su cara. (A los historiadores siempre les gusta señalar, años después, qué tanto formaron parte del mainstream estos ingratos y qué tan despreciables eran esos aduladores que se acolchaban ante los “monumentos” acompañados como siempre por los aplausos de otros “sensibles” y mantenedores de la buena vida.) De modo que soy implacablemente impaciente con cualquier cosa que yo intente seriamente, y que no suelte alaridos violentos en torno al presente desconocido, que no proclame claramente su modernidad y su raison d’etre. Una vez que este tipo de pensamiento se halle implícito en los orígenes de cualquier trabajo que yo haga, el carácter final de esa obra puede corresponder a cualquier tipo de estado emocional. Puede ser violento y cruel igualmente, pero puede fácilmente ser mortalmente silencioso o propagar un dulce aire de delirio morboso.
Nada me llena de reverencia, excepto la capacidad del hombre por crear lo que posteriormente creerá que será la verdad. El espíritu de la anarquía estética es nuestra única expresión precisa de esta gran tradición. Invocando el nombre de esta o aquella “grandeza” no ayudará a ningún artista, reza a una herencia cultural que ya no responde a las plegarias, sólo verterá más sal en una herida que ya es lo suficientemente dolorosa como para soportar. Tenemos cosas qué hacer.
La “Anarquía” puede ahora reevaluarse. Si no le debemos lealtad a nadie y a ninguna institución de la Belleza, no obstante qué tan santificada sea, sólo nos estamos apartando de lo que se dejó atrás: la idea de logro. Ese moco nos ha reprimido muchas veces. La enorme sombra de Dante o de Miguel Ángel es sólo una sombra después de todo, la electricidad que inculcó su arte. Podemos aproximarlos con un entendimiento y un afecto genuino, cuando hemos hecho algo actual nosotros. Hasta entonces, no tenemos derecho de verlos a los ojos.
La anarquía nos da testimonio de la parte más saludable de nosotros: nuestros poderes creativos fundamentales. Es tiempo de que comencemos a ser, de creer que la filosofía de que ningún hombre es una isla fue pensada por una isla y que sólo ha racionalizado la debilidad de miles otras personas que debieron haber intentado con más fuerza.
Somos aventureros. No tenemos que tener la “esperanza” de nada. Estamos ocupados soñando. Somos duros y tiernos sin la nostalgia, intrépidamente extáticos. Estamos otorgándole al pasado y al futuro el presente.

1958
New Brunswick, New Jersey.
(Fuente: Publicado originalmente en 1967como un panfleto en la colección Great Bear de la editorial Something Else Press)
Fluxus - Wolf Vostell - Sun in your head






fluxfilm No. 23
"Sun in your head"
por Wolf Vostell

(1963)

El método del cut up

El método Cut-Up de Brion Gysin
William Burroughs

Durante un mitin surrealista en la década de los veinte Tristan Tzara el hombre de ninguna parte propuso crear un poema al instante sacando palabras de un sombrero. Surgió un disturbio el teatro se vino para abajo. André breton explulsó a Tristan Tzara del movimiento y castigó a los cut-ups enviándolos al diván fruediano.

En el verano de 1959 pintor y escritor Brion Gysin recortó artículos del periódico en secciones y reacomodó las secciones al azar. La pieza Minutes to Go resultó de este experimento cut-up inicial. Minutes to Go contiene cut-ups sin editar ni cambiar que emergen como una prosa bastane coherente y significativa. El método cut-up conduce a los escritores al collage, que ha sido usado por los pintores durante cincuenta años. Y usados por las cámaras, las fijas y las de movimiento. De hecho cualquier toma de la calle hecha por cámaras de cine o fijas son por los factores impredecibles de los transeúntes y los cut-ups de yuxtaposición. Y los fotógrafos te dirían que muchas veces sus mejores fotos son accidentes…los escritores te dirían lo mismo. La mejor escritura parece ser hecha casi por accidente, pero los escritores hasta el método cut-up lo hacían explícito, toda escritura de hecho es un cut-up. No puedes llevar la espontaneidad a voluntad. Pero puedes introducir el factor impredecible espontáneo con un par de tijeras.

El método es simple. He aquí una manera de hacerlo. Toma una página. Como esta. Ahora, recorta a la mitad de arriba abajo y luego a través. Tienes cuatro secciones: 1 2 3 4…una dos tres cuatro. Ahora reacomoda las secciones colocando la sección cuatro con la sección uno y la sección dos con la sección tres. Y tienes una nueva página. En ocasiones dice más o menos lo mismo. Otras veces dice algo muy distinto. Recortar discursos políticos es un ejercicio interesante, de cualquier forma encontrarás que dice algo y algo bastante definitivo. Toma a cualquier poeta o escritor que te plazca. O poemas que hayas leído muchas veces. Las palabras han perdido significado y vida tras años de repetición. Ahora, toma el poema y escribe a máquina ciertos pasajes seleccionados. Llena una página con fragmentos. Ahora recorta la página. Tienes un nuevo poema. Cauntos poemas quieras. Cuantos poemas de Shakespeare o de Rimbaud como quieras. Tristan Tzara dijo: “la poesía es para todos” Y André Breton lo llamó un policía y lo expulsó del movimiento. Díganlo de nuevo: “La poesía es para todos”. La poesía es un lugar y es libre para todos, recorta a Rimbaud y estás en Rimbaud es un poema cut-up de Rimbaud.

Visita de memorias. Sólo tu danza y tu casa de voz. En el aire suburbano deserciones probables…toda la armónica añoranza de la contienda.

Los cielos grises están abiertos. Candor de vapor y de carpa escupiendo sangre y penitencia embriagada.

Paseo de perfume de vino abre botella lenta.

Los grandes cielos están abiertos. Clarín supremo quemando niños de piel hasta vaporizarlos.

Los cut-ups son de todos. Cualquiera puede hacer cut-ups. Es experimental en el sentido de que se trata de algo qué hacer. Aquí y ahora se escribe. No es algo que tenga que hablarse o discutirse. Los filósofos griegos asumieron lógicamente que un objeto el doble de pesado que otro objeto caería dos veces más rápido. No se les ocurrió empujar los dos objetos de la mesa para ver cómo caían. Recorta las palabras y observa cómo caen.

Shakespeare Rimbaud viven en sus palabras. Recorta las líneas de palabras y escucharás sus voces. Los cut-ups muchas veces vienen como mensajes codificados con un sentido especial para quien los recorta. ¿Golpeteos en la mesa? Quizás. Ciertamente una mejoría de la deplorable ejecución cotidiana de poetas contactados a través de un medio. Rimbaud se anuncia, para ser seguido por una poesía insoportablemente mala. Recortas a Rimbaud y te aseguras de una buena poesía si no es que por lo menos de una apariencia personal.

Toda la escritura es de hecho un cut-up. Un collage de palabras leídas, escuchadas, oídas de lejos. ¿Qué más? El uso de tijeras hace que el proceso sea explícito y sujeto a la extensión y la variación. La prosa clásica clara puede componerse completamente de cut-ups reacomodados. Recortar y reacomodar una página de palabras escritas introduce una nueva dimensión a la escritura, permitiendo al escritor convertir imágenes de variaciones cinemáticas. Las imágenes cambian de sentido bajo el tijereo oler las imágenes hacia el sonido la vista hacia el sonido sonido hacia la kinestesia. Aquí es donde Rimbaud se dirigía con su coloración para las vocales. Y su “sistemático trastorno de los sentidos.” El lugar de la alucinación con mescalina: ver colores saborear sonidos oler formas.

Los cut-ups pueden aplicarse a otros campos más allá de la escritura. El Dr. Neumann en su Teoría de los Juegos y el Comportamiento Económico introduce el método del cut-up de las acciones al azar en el juego y la estrategia militar: asume que ha ocurrido lo peor y actúa como corresponde. Si tu estrategia es determinada en algún punto…por factor de azar tu oponente no obtendrá una ventaja por conocer tu estrategia ya que no puede predecir el movimiento El método cut-up podría añadir una nueva dimensión a las películas. Corte a una escena de apuestas junto a mil escenas de apuestas en todos los tiempos y lugares. Corte de regreso. Corte a las calles del mundo. Corta y reacomoda la palabra y la imagen en las películas. No hay motivo para aceptar un producto de segunda cuando puedes tener lo mejor. Y lo mejor se encuentra ahí para todos. “La poesía es para todos”…

Aquí tenemos los dos párrafos que nos preceden, cortados en cuatro secciones y reacomodados:

TODA ESCRITURA ES DE HECHO UN CUT-UP DE JUEGOS Y COMPORTAMIENTOS ECONÓMICOS ¿ESUCHADO DE LEJOS? ASUME QUE LO HA OCURRIDO LO PEOR EXPLÍCITO Y SUJETO A LA ESTRATEGIA ES EN ALGÚN PUNTO PROSA CLÁSICA. CORTAR Y REACOMODAR EL FACTOR TU OPONENTE GANARÁ LA INTRODUCCIÓN A UNA NUEVA DIMENSIÓN TU ESTRATEGIA. ¿CUÁNTOS DESCUBRIMIENTOS SUENAN A KINESTESIA? PODEMOS AHORA PRODUCIR UN ACCIDENTE PARA SU COLORACIÓN DE VOCALES. Y NUEVA DIMENSIÓN PARA LAS PELÍCULAS CORTAN LOS SENTIDOS. EL LUGAR DE LA ARENA. ESCENAS DE APUESTAS TODOS LOS TIEMPOS COLORES SABOREANDO SONIDOS OLIENDO LAS CALLES DEL MUNDO. CUANDO PUEDES TENER LO MEJOR DE TODO: “LA POESÍA ES PARA TODOS”. EL DR. NEUMANN EN UN COLLAGE DE PALABRAS LEYÓ ESCUCHÓ INTRODUJO EL CUT-UP LAS TIJERAS HACEN EL PROCESO DE JUEGO Y ESTRATEGIA MILITAR, LA VARIACIÓN CLARA Y ACTÚA COMO CORRESPONDE. SI TE COLOCARAS COMPLETAMENTE EN UN RECORTE REACOMODADO DETERMINADO POR EL AZAR UNA PÁGINA DE PALABRAS ESCRITAS NO HAY VENTAJA EN CONOCER EN EL ESCRITOR PREDECIR EL MOVIMIENTO. LA VARIACIÓN DEL RECORTE IMÁGENES CAMBIAN EL SENTIDO VENTAJA EN EL PROCESAMIENTO DE SONIDO A VISIÓN A SONIDO. HA SIDO HECHO POR ACCIDENTE ES A DONDE RIMBAUD SE DIRIGÍA CON EL ORDEN DEL CUT-UP SE PODRÍA EL “TRASTORNO SISTEMÁTICO” DE LA ESCENA DE APUESTAS JUNTO A UNA ALUCINACIÓN DE TÉ: VER Y LUGARES. RECORTA DE NUEVO. RECORTA FORMAS. REACOMODA LA PALABRA Y LA IMAGEN HACIA OTROS CAMPOS QUE NO SON ESCRITURA.

Félix de Azúa/diccionario de las artes

Del Diccionario de las Artes
elaborado por Félix de Azúa
ed. Planeta, 1996


ARTISTA.- Acerca del artista reina un general desconcierto. Su existencia es indudable, pues a ellos atribuimos la aparición de obras de arte, sea cierto o falso que intervengan en su aparición. Cuando nos sorprende un paisaje de colinas verdes salpicadas de templos en las que a primera hora del día caminan breves figuras humanas acompañadas por un perro cabizbajo, decimos: ¡un Poussin! Cuando oímos una canción desolada cuyo tema se repite tercamente como si la cantara un hombre enajenado por una dolorosa obsesión, exclamamos ¡un Schubert! Y así sucesivamente. En consecuencia, los artistas son gente en verdad existente porque con su nombre nos orientamos en la espesura de las obras.

Pero la energía del romanticismo ha contaminado tan profundamente las fuentes de nuestro juicio que tendemos a pensar en el artista como alguien autónomo, independiente, libre y genial. Una especie de self-made man. Este error, frecuente y dañino, conduce al desastre y a miles de jóvenes bien intencionados que creen poder ser tanto más artistas cuanto más autónomos, independientes, libres y geniales. De resultas de este patinazo una notable cantidad de gente pintoresca es incapaz de hacer aparecer absolutamente nada que no sea ella misma. Pero la conemplación de alguien libre y genial que dice ser libre y genial es insuficiente como obra de arte y una lata como obra de caridad.

Para explicar (aproximadamente) lo que es un artista debo recurrir a la fábula. Me avergüenza hacerlo porque es un método poco científico utilizado por ese enemigo de la democracia (según le califica Karl Popper) que era Platón cuando se veía obligado a explicar cosas que ni él mismo se explicaba. Me excuso, pues, de imitar a Platón, pero no todo el mundo puede ser Karl Popper.

En las muchas memorias y abundantes libros de recuerdos que han ido editando los judíos que sobrevivieron al Holocausto hay una figura que aparece con frecuencia y cuya actividad posee un interés muy especial. Cuentan los supervivientes que, tras ser detenidos y agrupados por la policía política alemana y francesa, eran almacenados en trenes especiales cuyos vagones habían servido para el transporte de ganado.

Hacinados como reses, sin espacio para sentarse, sin apenas aire para respirar, sin más agua que la lluvia que se filtraba por las grietas de la cubierta, millones de desdichados atravesaron Europa de Pau a Auschwitz, de Varsovia a Daschau, de Amsterdam a Büchenwald, durante semanas, camino del matadero. Antes de llegar murieron muchos de sed, de hambre, de asfixia, de agotamiento, de enfermedad; los supervivientes acabaron el trayecto pegados a los cadáveres porque no había espacio para dejarlos reposar en el suelo.

Los vagones, que eran de puerta corredera, traían unos mínimos respiraderos en la parte superior, a un palmo del techo, y otros cuantos orificios en el suelo para la evacuación de las heces. Por los respiraderos entraba la escasa luz que permitía a los infelices saber si era de día o de noche, y, aunque pueda parecer extraño, estos detalles cobraban para ellos una enorme importancia. Los respiraderos superiores estaban situados a unos dos metros y medio del suelo.

Muchos memorialistas coinciden en relatar cómo los presos de cada vagón elegían espontáneamente a una persona para alzarla hasta el respiradero con el fin de que fuera dando cuenta de lo que desde allí se divisaba. Solían escoger a alguien liviano, aunque despierto, de modo que pudiera ponerse de pie sobre algunos compañeros que con extraordinario esfuerzo le ofrecían sus riñones como tarima. El vagón entero se retorcía con dolorosa y agotadora contorsión para facilitar a los oteadores el acceso a la mirilla. Los presos necesitaban saber dónde estaban, adónde los conducían, qué tierras cruzaba el tren, qué gentes las habitaban. Para averiguarlo estaban dispuestos a los mayores sacrificios.

Pero no todos reaccionaban igual: cuentan también que unos pocos presos se mostraban escépticos y rehusaban colaborar. “¿Qué me da a mí en dónde estemos, si me cabe la certeza de que voy camino del matadero?”, decían crudamente. Ponían toda clase de inconvenientes a colaborar, y luego se negaban a oír y aun hacían burla imitando a los oteadores. Pero hasta los más escépticos atendían disimuladamente cuando los oteadores sabían explicar lo que veían. Porque, como es natural, no todos los elegidos servían para la tarea y había que cambiarlos de vez en cuando. Incluso a menudo.

Las primeras veces que los oteadores se alzaban hasta la ventanilla no tenían fuerzas para hablar. Llevaban quizá cuatro o cinco días a oscuras, asfixiados por el hedor, aplastados por sus compañeros, y de pronto se elevaban y veían la luz del sol, o la luna, o un perro, o un río. Balbucían algunas palabras y luego se ahogaban en sollozos, o caían en un mutismo seco. Sus compañeros solían mostrarse comprensivos y les daban un tiempo para reponerse e intentarlo de nuevo. Algunos, con el aplomo que da la experiencia, iban adquiriendo cierto control sobre sí mismos. Otros no podían resistir la tensión y se negaban a seguir haciendo de oteadores pues, según decían, para soportar el horror es mejor no ver nada y hacer como si sólo hubiera un mundo, el de los condenados a muerte.

También sucedía que ciertos vigías decepcionaban a los condenados porque sus relatos eran demasiado minuciosos, exactos y científicos. “Veo una estación de ferrocarril con dos puertas laterales y una central con trampilla de madera y herrajes de latón, seguramente atornillados; hay en el andén un hombre de uniforme de unos cincuenta y dos años de edad, con gafas de alambre y una pipa apagada. A la derecha hay un hangar de doce por quince…”, decían estos malos vigías, y sus compañeros aceptaban la información pero los sustituúan de inmediato por otros no tan rigurosos.

No decepcionaban menos los distraídos, aquellos que daban una visión dispersa, inconexa, improvisada y sin orden ni concierto del panorama: ahora una nube en forma de Afrodita o una bandada de pájaros, luego una pareja de burgueses que parecen amarse, ¿o son dos soldados discutiendo?; también irritaban quienes lo interpretaban todo desde sus impresiones personales, como que a ellos les parecía demasiado verde una planta o muy sucio un leñador…Ni la ciencia ni la inocencia, ni la verdad objetiva ni la expresión subjetiva les eran de ninguna ayuda a los condenados.

Los oteadores más apreciados eran aquellos que referían con acierto la existencia del mundo verdadero, libre de la tortura y del horror, un mundo luminoso pero atado al mundo de los condenados por signos indescifrables. “Algunas mujeres de este pueblo se han reunido junto a la estación, en el abrevadero público, y están allí apiñadas mirando nuestros vagones con disimulo. Veo que una de ellas, con un crío en los brazos, le señala a nuestro vagón, justamente, así que voy a sacar la mano por la mirilla”, decía, por ejemplo, uno de los oteadores más apreciados por los presos. Sus compañeros podían pensar entonces que aquella mujer con el niño veía la mano, o algunos dedos de la mano, agitándose desde la mirilla, y que quizá así la mujer se convencería de que había gente muriendo en los vagones. Gente con manos, indudablemente. Y guardaría memoria de ello y algún día lo contaría a sus nietos: “Yo vi a los judíos pasar por la estación del pueblo y uno de ellos me agitó la mano, como saludando, desde uno de los vagones.” Así parecía redimirse una parte del dolor, aunque fuera de un modo muy ideal.

En los buenos relatos, los presos tenían la certeza de que algo circulaba de los unos a los otros, de los condenados a los libres, del mundo de la muerte al mundo de la vida. Un signo indescifrable, como el rayo que desciende del cielo e ilumina la noche un instante, ponía en relación dos universos que se desconocían mutuamente. Y a los presos les era indiferente que de verdad el oteador hubiera sacado la mano o que la mujer la hubiera visto, pues lo esencial para ellos era sentirse partícipes del mundo de los vivos y pertenecientes al mismo, aunque sólo fuera por unos segundos.

El oteador de los vagones cargados de condenados era el único que tenía, no ya fe, sino constancia de la existencia de otro mundo en el que las leyes permitían vivir a la luz del sol. La vida de los condenados hacinados en el vagón era espantosa, pero si el mundo de los vivos era verosímil, entonces la vida del vagón se convertía en una ficción resultante del juego de otras leyes que condenaban a vivir en el horror, sin culpa alguna ni haber sido acusados de nada. Se mantenía de ese modo la esperanza de que el horror tuviera un final.

Mientras el oteador era capaz de mantener la variedad del relato, mientras lograba convencer a sus oyentes acerca de la realidad del mundo luminoso, entonces el mundo del horror permanecía como la otra ficción. La realidad del mundo luminoso y la realidad del mundo de la muerte se sostenían la una a la otra como ficciones mutuas.

Sólo cuando las leyes del mundo de la muerte y las del mundo de la vida coinciden, sólo entonces la tarea del oteador carece de sentido y es inútil porque nadie la necesita. Pero cuando eso sucede, como en nuestros días posiblemente suceda, no sabemos si la indiferencia hacia oteadores, cronistas y vigías es el resultado de la victoria del mundo luminoso (es decir, del permanente desvelamiento de lo viviente) o el triunfo del escepticisimo y la resignación de los condenados.

Debe prestarse atención al hecho de que ningún vigía consideró nunca su tarea como una opción personal y libre, movida por su genialidad. Sabían que su tarea no les pertenecía, sino que era el fruto de un pacto colectivo. El conjunto entero de presos, en el vagón era la fuerza que alzaba o rechazaba sus observaciones. Las visiones y relatos no eran, por lo tanto, el fruto de su carácter o la expresión de su espíritu, sino una relación efímera e instantánea, un acuerdo compartido por unos cuantos, por muchos o por todos, sobre la verdad de lo que aparece en cada momento.

Añadamos, para concluir, un último punto de gran relevancia en nuestros días. A pesar de que las relaciones entre los condenados y los oteadores llegaron a ser muy densas e incluso en algún vagón casi institicionales, ni uno solo de los oteadores olvidó a cuál de los dos mundos pertenecía, aunque conociera dos mundos igualmente reales y verosímiles. En ninguna de las memorias y diarios que he podido leer aparece jamás un oteador que exigiera ser mantenido por la comunidad de los presos.

Félix de Azúa. Artículo de "Letras Libres"

El valor de la destrucción
por Félix de Azúa


El arte actual, afirma Félix de Azúa, puede inscribirse en esta metáfora: el mejor valuador de una obra de arte es su destrucción, inscrita en el territorio del azar.
En este pasado mes de mayo se produjo un incendio de gran importancia para el arte actual, un incendio "devastador", como dirían Bouvard y Pécuchet. Ardió buena parte de la colección particular de Charles Saatchi almacenada en los hangares de la compañía Momart, en Londres. Allí guardaban también sus colecciones otros inversores que especulan con el Brit Art (Arte Británico), apodado High Art Lite ("Gran Arte Ligero") por su más notorio analista, Julian Stallabrass.
En el incendio han sucumbido cientos de obras, alguna de las cuales pertenecía ya a la categoría de "pieza histórica". Así, por ejemplo, ha sucumbido la célebre Every One I Have Ever Slept With. 1963-1995, de Tracy Emin. Se trataba de una tienda de campaña en cuyo interior la artista había bordado amorosamente docenas de nombres de gente con la que, en efecto, "se había acostado" entre 1963 y 1995. Muchos críticos de la época lo tomaron por un insolente desplante feminista, una exhibición de machismo hembra. En realidad, entre los nombres bordados figuraban su hermano, varios familiares, muchos amigos gay, e incluso dos abortos. La destrucción de la obra ha desolado a la artista, la cual dice ser incapaz de repetirla.
La pérdida de obras de arte famosas no ha preocupado a los críticos británicos, los cuales odian a Saatchi y desprecian a los artistas de su cuadra. Sin embargo, no ha habido periódico que no haya comentado la elevada indemnización del seguro (se dice que unos quince mil millones de pesetas) y han insinuado la posibilidad de que Saatchi precisara dinero fresco. Una de las paradojas del arte actual es que, dado su alto precio, una venta súbita y masiva debilita la confianza en el grupo artístico y lo deprecia porque parece anunciar un cambio de tendencia. Ya le sucedió a Saatchi en una ocasión, al comienzo de su carrera de especulador artístico (lo cuentan Hatton & Walker en su malévola biografía Supercollector), y sin duda no volverá a ocurrirle. ¿Cómo puedes cobrar de inmediato pero sin vender una pieza de tu colección? La insinuación periodística añade otro capítulo a la atractiva vida de este sigiloso judío iraquí, nacido en Bagdad en 1943. Por cierto que en Iraq el nombre Sa'atchi significa "traficante".
Desde sus comienzos, las operaciones de Saatchi han ligado publicidad y arte (su empresa de publicidad es una de las más poderosas del mundo) de un modo indisoluble. El tratamiento descaradamente mercantil de obras y artistas puede compararse con la similar transformación de algunos deportes. Nada tiene que ver el actual espectáculo del futbol y su movimiento masivo de capitales con aquel bello juego que desapareció hacia los años ochenta. Lo mismo ha sucedido con el arte. Saatchi comprendió que el valor artístico y el comercial son parámetros heterogéneos. La calidad artística y el precio de mercado sólo por pura casualidad pueden coincidir, pero la experiencia de los últimos doscientos años (los mejor documentados) indica que esto es excepcional. Los mejores productos son escasamente valorados en su momento.
Persuadido de que la llamada "posmodernidad" no era sino la aceptación universal del fin de los valores aurales, Saatchi comprendió que el arte, un ámbito lastrado por el respeto religioso y el autoritarismo sacerdotal, podía ya recibir un tratamiento, el de mercancía de lujo junto con los Rolex y los Vuitton, que aliviara su arcaica responsabilidad. Y acertó. Sus artistas forman la última "escuela nacional" conocida en el mundo entero y los precios de sus obras son descomunales.
Poco antes del incendio, en el mes de abril, un colegio de la zona pobre de Londres también sufrió un cataclismo. Los profesores quisieron vender un tapiz de Tracy Emin para equipar el desasistido colegio. No lo consiguieron. Los abogados de Emin amenazaron de inmediato con una querella. ¿Cómo podían aquellos humildes maestros poseer un tapiz valorado en muchos millones de pesetas? En múltiples ocasiones Tracy Emin se ha visto obligada a mantener su imagen de mujer indomable y libérrima (que es su imagen de marca, su logo), de modo que suele presentarse borracha a las entrevistas de TV, difunde fotografías de sus genitales, o arma grandes broncas en restaurantes y discotecas. En una de tales ocasiones fue detenida por la policía y acusada de conducta escandalosa. La condena, además de una multa, la obligaba a dedicar varias horas a "trabajos sociales". Emin propuso dar un curso de arte (manualidades, diríamos nosotros) en una escuela de barrio. Allí, ayudada por los niños, tejió uno de esos tapices con textos bordados que los ingleses llaman appliqué blanket. En sus tapices "normales" Emin suele tejer frases como "You don't fuck me over" (Garden of horror, 1998), o bien "Every time I see my shit" (Psycho Slut, 1999), pero con los niños se mostró tan políticamente correcta como Llamazares: los textos predicaban el amor, la paz y otras puerilidades.
A pesar de ello, los profesores no pueden vender el tapiz y están condenados a vivir con él. Al igual que Saatchi, poseen algo que sólo podrán cobrar cuando sea destruido. No es una mala metáfora del arte actual. Toda producción mercantil es perecedera, tiene fecha de caducidad. Como en el arte la caducidad no puede preverse porque es azarosa, habrá que proceder a destrucciones masivas a medida que la mercancía envejezca. ¡Qué bello espectáculo! ¡Qué artístico!

apropos Hugo Ball/Dadá.



"HUESOS DADÁ"
Paul Auster y la cultura europea
(De la Revista de Libros del periódico "El Mercurio", Santiago de Chile, 2 de junio 2006.)


--> El reciente ganador del Premio Príncipe de Asturias entrega en este prólogo al libro "La huida del tiempo", de Hugo Ball, su acercamiento a uno de los principales movimientos de vanguardia del siglo XX, reafirmando la dignidad individual en la era de la estandarización.
De todos los movimientos de la primera vanguardia, el dadaísmo es el que sigue teniendo más significación para nosotros. A pesar de su corta vida - comenzó en 1916 con los espectáculos nocturnos del Cabaret Voltaire, en Zúrich, y acabó, de forma efectiva aunque no oficial, en 1922, con las descontroladas manifestaciones en París contra la obra de Tristan Tzara, Le coeur à gaz - su espíritu aún no ha quedado completamente relegado al olvido en lo remoto de la historia. (...)Hugo Ball, una figura clave en la fundación del dadaísmo, fue además el primer desertor del movimiento, y sus anotaciones sobre el período que va del año 1914 a 1921 son un documento extremadamente valioso.
El original de La huida del tiempo (Acantilado, 2005, 373 páginas) se publicó en Alemania en 1927, poco antes de la muerte de Ball, a la edad de cuarenta y un años, a consecuencia de un cáncer de estómago, y está compuesto de pasajes que el autor extrajo de sus diarios y editó con una visión retrospectiva clara y polémica. (...)Hugo Ball fue un hombre de su tiempo y su vida parece encarnar las pasiones y contradicciones de la sociedad europea del primer cuarto de siglo de una forma extraordinaria. Estudioso de la obra de Nietzsche; director de escena y dramaturgo expresionista; periodista de izquierdas; pianista de vaudeville; poeta; novelista; autor de obras sobre Bakunin, la intelectualidad alemana, el cristianismo temprano y los escritos de Hermann Hesse; converso al catolicismo, parecía que, en un momento u otro, había tocado prácticamente todas laspreocupaciones políticas y artísticas de la época. (...)En el prólogo de La huida del tiempo, Ball ofrece al lector una autopsia cultural que marca la pauta de todo lo que sigue: "Éste es el aspecto que presentaban el mundo y la sociedad en 1913: la vida está totalmente encadenada a un entramado que la mantiene cautiva. [...] La pregunta última que se repite día y noche es ésta: ¿existe en alguna parte un poder fuerte y, sobre todo, con el vigor suficiente para acabar con esta situación?". En otra parte, en su conferencia de 1917 sobre Kandinsky, expone estas ideas incluso con mayor énfasis: "Una cultura milenaria se desintegra. Ya no hay columnas ni pilares, ni cimientos..., se han venido abajo... El sentido del mundo ha desaparecido". (...)
La seriedad con que estas consideraciones aparecen elaboradas en los diarios contribuye a desterrar algunos finitos sobre los comienzos del dadaísmo, sobre todo la idea de que el dadaísmo era poco más que el desvarío rimbombante e inmaduro de un grupo de jóvenes que rehuían la llamada a filas, una especie de chifladura deliberada al estilo de los hermanos Marx. Hubo, por supuesto, muchas actuaciones del cabaret que fueron sencillamente estúpidas, pero para Ball estas bufonadas representaban un medio para alcanzar un fin, una catarsis necesaria. (...) Por tanto, para comprender el dadaísmo (...), hemos de verlo como restos de los viejos ideales humanistas, una reafirmación de la dignidad individual en la era de la estandarización mecánica, como una expresión simultánea de esperanza y desesperación. La particular contribución de Ball a las representaciones del Cabaret, sus poemas sonoros, o "poemas sin palabras", confirma esto. Aunque desecha el lenguaje ordinario, no tuvo intención de destruir el lenguaje en sí mismo. En su deseo casi místico de recuperar lo que consideraba un habla primitiva, Ball vio en esta nueva forma de poesía, puramente emotiva, un modo de capturar las esencias mágicas de las palabras. (...)
Ball se fue de Zurich sólo siete meses después de la inauguración del Cabaret Voltaire, en parte por agotamiento y en parte por desencanto con la forma en que el da-daísmo estaba evolucionando. Se enfrentó principalmente con Tzara, cuya ambición era convertir el dadaísmo en uno de los muchos movimientos de la vanguardia internacional. Tal como apunta John Elderfield en su introducción al diario de Ball: "Una vez fuera, creyó percibir una cierta 'hybris dadaísta' en lo que habían estado haciendo. Había creído que estaban evitando la moral convencional para elevarse como hombres nuevos, que habían dado la bienvenida al irracionalismo como una vía hacia lo 'sobrenatural', que el sensacionalismo era el mejor método para destruir lo académico. Luego empezó a poner en duda todo esto - había llegado a avergonzarse de la confusión y del eclecticismo del cabaret- y consideró que aislarse de su época era un camino más seguro y más honesto para alcanzar estas metas personales...". En cualquier caso, algunos meses más tarde, Ball regresó a Zurich para tomar parte en los eventos de la Galería Dada y para dar su importante conferencia sobre Kandinsky, pero poco tiempo después estaba de nuevo discutiendo con Tzara, y esta vez la ruptura fue definitiva.
En julio de 1917, bajo la dirección de Tzara, el dadaísmo era lanzado oficialmente como movimiento total, con su propia editorial, manifiestos y campaña de promoción. Tzara era un organizador incansable, un verdadero vanguardista al estilo de Marinetti, y al final, con la ayuda de Picabia y Serner, fue apartando el dadaísmo de las ideas originales del Cabaret Voltaire, de lo que Elderfield denomina acertadamente "el primitivo equilibrio de construcción-negación", y acercándolo a la osadía de un anti-arte. Pocos años más tarde, se produjo una nueva escisión en el movimiento y el dadaísmo se dividió en dos facciones: el grupo alemán, liderado por Huelsenbeck, George Grosz y los hermanos Herzefelde, con un enfoque fundamentalmente político, y el grupo de Tzara, que se trasladó a París en 1920 y abogó por el anarquismo estético que a la postre desembocó en el surrealismo.
Si Tzara dio al dadaísmo su identidad, también es cierto que le sustrajo el propósito moral al que había aspirado con Ball. Al convertirlo en doctrina, al aderezarlo con una serie de ideales programáticos, Tzara llevó el dadaísmo a una contradicción consigo mismo y a la impotencia. (...) La postura del anti-arte, que abrió el camino a incesantes ataques y provocaciones, era esencialmente una idea inauténtica, porque el arte que se opone al arte no deja por ello de ser arte; no se puede ser y no ser a un tiempo. Tal como Tzara escribió en uno de sus manifiestos: "Los auténticos dadaístas están en contra del dadaísmo". La imposibilidad de establecer este principio como dogma resulta evidente, y Ball, que tuvo la perspicacia de advertir esta contradicción muy pronto, abandonó en cuanto vio signos de que el dadaísmo estaba convirtiéndose en un movimiento. (...)
Por otra parte, la posición de Ball no ha perdido hoy la validez que tenía en 1917. Tal como yo lo veo, teniendo en cuenta lo que fueron los distintos períodos y las tendencias divergentes dentro del dadaísmo, el momento en que participó Ball sigue siendo el de mayor fuerza, el período que nos habla hoy con mayor poder de convicción. Tal vez sea una visión herética, pero cuando consideramos cómo se agotó el dadaísmo bajo la influencia de Tzara, cómo sucumbió al decadente sistema de intercambio en el mundo del arte burgués, provocando al mismo público cuyo favor estaba solicitando, parece que esta rama del dadaísmo debe verse como un síntoma de la debilidad esencial del arte bajo el capitalismo moderno, encerrado en la jaula invisible de lo que Marcuse ha llamado "tolerancia represiva".
Sin embargo, como Ball nunca trató el dadaísmo como un fin en sí, conservó su flexibilidad y fue capaz de usarlo como un instrumento para alcanzar metas más altas, para producir una crítica genuina de su época. Dadaísmo, para Ball, era simplemente el nombre de una especie de duda radical, una manera de dejar a un lado todas las ideologías existentes y avanzar en el análisis del mundo circundante. Como tal, la energía del dadaísmo no puede agotarse jamás: es una idea cuyo momento siempre es la actualidad.